jueves, 23 de junio de 2011

A una madre

Quien, sino una sencilla flor.
Yo he sufrido en la casa de mi niñez
el ensordecedor ruido de los truenos,
truenos sin tormenta, y gotas gruesas
que no eran de lluvia.

Dolor, he visto dolor y angustia, lo he visto.
En quien sino, en una sencilla flor, que
levanto el vuelo desde el pozo de la amargura,
desde su pensar confiado y bondadoso...
remonto el vuelo esa paloma,
esa sencilla flor morena de ojos felices.

Bravo a esa mano dura en el trabajo,
pero que nunca lo fue en mi piel.
La mano, ¿de quien sino de una sencilla flor?
La mano que acariciaba con ternura, con sedoso cariño
las sabanas de una miniatura de poeta.

Lo mas humilde cobra presencia y vigor en ella,
en esa sencilla flor campestre,
familiar y calida por si sola, un derroche
de cercanía y comprension, de paciencia,
de gratitud sincera.
Es una sencilla flor, pero es mi madre.
Y que todo le sea gracia y fortuna se merece,
porque lo ha perseguido con la honradez,
el esfuerzo y la pasion que solo una
sencilla flor, pero que es madre, podria hacerlo.

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